Hablamos en su momento de la picaresca como característica definitoria de la idiosincrasia española. Hoy volvemos a vueltas con el mismo tema.
En España somos supervivientes: aquí no dimite nadie, antes morir que caer en manos enemigas. No sabemos cumplir nuestra palabra y, menos aún, reconocer nuestros errores.
Tendemos a hacer declaraciones altisonantes: si no cumplo, me voy. Después del fracaso, reculamos sin remedio. La triste y habitual historia. Y los que podrían forzar su dimisión evitan los problemas con cierta indulgencia y una gran dosis de morro, porque llevan demasiado tiempo viviendo del cuento, entre coches de lujo, hoteles de cinco estrellas y caviar iraní.
En otros países como Gran Bretaña, los ministros dimiten por cualquier error. Y lo mismo ocurre en entornos empresariales. Ejemplos como Christian Streiff, que dimite por injerencias políticas y desavenencias en la dirección de Airbus.
¿ Qué credibilidad podemos dar a la vida pública cuando la dimisión se ve como un fracaso ? La dimisión es un acto de honra personal. Ha hecho su trabajo lo mejor que pudo. Cometió errores. Gracias por los servicios prestados. Good bye, sayonara, finito. C'est fini.
Aquí no dimite ni Dios. Una auténtica quimera. En unas semanas, un lejano recuerdo. Un pequeño ejemplo de cuántos pasos debemos dar todavía para considerarnos una democracia consolidada...
dimisión, España, supervivencia
1 comentario:
Creo que nuestra sociedad considera al que dimite, y deja de cobrar una pasta, un idiota de campeonato. ¿Cómo nos podemos extrañar entonces de que nadie dimita? Tenemos lo que nos merecemos. Y punto.
En Inglaterra un político que después de un error serio no dimite, sabe que no saldrá jamás elegido y que su carrera política habrá acabado para siempre. ¿Qué sentido tiene entonces para él seguir? Retirándose a tiempo tiene la oportunidad de volver algún día.
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