Desde allí, la parte este de Kyoto se estrecha y se extiende hacia una suave y pequeña cadena montañosa. En los pies de las montañas se asienta un gran número de imponentes templos, entre los que destacan Kiyomizu-dera y Ginkaku-ji, el Templo del Pabellón de Plata.
Kiyomizu-dera ("Templo del Agua Pura"), es un templo budista famoso por que se dice que las aguas que fluyen de su manantial tienen la propiedad de curar diversas enfermedades. El amplio espacio abierto, tipo balcón, se extiende a varios metros del suelo y en toda la construcción no se utilizó ni un sólo tornillo. El mirador ofrece una fantástica vista de la ciudad.Ginkaku-ji es mi templo favorito de Kyoto. Su austeridad destaca en contraste con el brillante esplendor del Pabellón de Oro. Sin embargo, el entorno es difícil de superar: el jardín es inolvidable por su "mar" de grava blanca (Ginshadan), con suaves ondulaciones que representan las olas. Es esa delicadeza de lo efímero la que lo hace especial, concentrándose en la sutileza del entorno.
Estos dos templos son los que más me sorprendieron de Kyoto, especialmente los jardínes de Ginkaku-ji. Una visita a este templo ayuda a comprender el concepto estético japonés de wabi-sabi (serenidad austera, elegante simplicidad): esa sensibilidad japonesa basada en la apreciación de la evanescente belleza del mundo físico, encarnada en el melancólico atractivo que emana de la impermanencia de todas las cosas.Es la misma belleza efímera que emana del sumi-e, del arreglo floral (ikebana) o de los haikus, mediante la contemplación atenta de las cosas más simples e incluso imperfectas. La belleza aparece espontáneamente en cualquier momento en que se den las circunstancias, el contexto o el punto de vista adecuados. El hecho de que las obras sean efímeras, debido al material de que están hechas, lo convierte en un acto de reflexión sobre el paso del tiempo.
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