Anoche, viendo en el Telediario las agónicas imágenes de Gaza, me estremecí.
Me estremezco ante la perspectiva de que las Elecciones al Congreso y al Senado norteamericanos sean más relevantes que la tragedia humana de la población civil. Igual que me estremezco con los ataques terroristas contra la población civil israelí. Me asombra cómo juegan con el futuro de civiles inocentes, incluidos niños. Quizá, debido a la frecuencia, vamos perdiendo la capacidad de asombrarnos...
Pero claro, Gaza (y Cisjordania y tantos otros lugares) son tragedias olvidadas. No hay petróleo, no nada que ganar. Aunque allí donde hay petróleo, las cosas no van mejor. Al menos, cada palo aguanta su vela.
Y pensando en Irak, su petróleo y en el cambio climático, derivé hacia el impacto de los combustibles fósiles en nuestro entorno y en la transición energética. Dándole vueltas a ese modelo que propugna que el aumento de los precios del crudo nos obligará a buscar soluciones creativas a la crisis y fomentará la implantación de energías renovables. Y empecé a plantearme si las petroleras no habrán pactado ya la fecha de la agónica defunción de estos combustibles y serán nuestros bolsillos quienes financien la transición.
Malditas agonias...
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