Milán es cosmopolita y diferente. Paraiso de diseñadores de alta costura, no cuesta nada encontrar tiendas de firmas de renombres a precios acordes con ese renombre.
Lo mejor de Milán es, sin duda, Il Duomo. Esta señora milanesa es sencillamente magnífica. Pasear por sus tejados es una maravilla que te permite divisar toda la ciudad (si la niebla lo permite) y apreciar de cerca sus detalles arquitectónicos. Inmensamente elegante, con impresionantes detalles en el exterior y un interior que se esfuerza por estar a la altura, sin salir demasiado mal parado. Una pena que esté casi perpetuamente en obras, porque apenas si se veía media fachada. La sensación de haberlo visto engalanado debe ser indescriptible.
Tras el impacto de tan importante arquitectura, hay que perderse por las calles de los alrededores. Junto a ella la famosa Galleria Vittorio Emanuele, una construcción inmensa, imponente, de tejados de cristal y suelos de mármol, de pequeños detalles y grandes espacios. En realidad, mucho más pequeña de lo que imaginas y mucho más fastuosa, por las firmas allí instaladas.
La ciudad (como tantas italianas) es un museo abierto, aunque excesivamente sucio bajo mi punto de vista. Sus fachadas y calles recuerdan una Milán antigua y auténtica, llena de encanto. En definitiva, aunque tiene apariencia de ciudad triste, Milán tiene un fondo vital y colorista. Especialmente por la capacidad permeable que tienen, de asumir arte y la vanguardia a un ritmo vertiginoso, lo que la convierte en una ciudad cosmopolita, abierta a todo tipo de tendencias. El espíritu de la ciudad no está en el Teatro de la Scala ni en el Duomo ni en la opulencia de las tiendas de via Montenapoleone, sino en su gente y las diferentes culturas que conviven en la ciudad. Con olor a castañas asadas y aglomeración en los rastros, como el de la Piazza dei Mercanti.
Lo peor en mi opinión, el frío y la niebla permanente (es lo que tiene viajar en invierno), lo complicado que resulta encontrar un restaurante medio (aquello es territorio McDonald's) y, por supuesto, que apenas nadie habla un pizca de inglés y tienes que parlare l'italiano. Al menos un poco. En eso seguimos pareciéndonos a los italianos, no cabe duda.
Por otro lado, el viaje nos ha deparado una pequeña sorpresa: Bérgamo, una ciudad pequeña con un encanto especial. Rodeada de murallas edificadas durante la dominación veneciana, es una ciudad que ha preservado su antiguo aspecto. Guarda ese sabor especial de las ciudades amuralladas, y se hace necesario un tranquilo paseo por sus calles y plazas de intenso sabor medieval.
Un broche de oro para cerrar un año lleno de vivencias que comenzó con el viaje a Lisboa, continuó en Japón y París y ha acabado aquí, en la Lombardía.
Ya estamos preparando las escalas del próximo año.
Permanezcan atentos a sus monitores.
Milán, Bérgamo, Lombardía, Italia, viajes, turismo, Tochismochis
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