Ya de vuelta de 2 semanas de vacaciones que llegaron como agua de Mayo y me han servido para descansar de la estresante rutina. Y he llegado impresionado, especialmente de Berlín. Sorprende de inicio la inmensa extensión de la ciudad (8 veces más grande que París) y la fantástica red de transporte urbano.
Una ciudad que te llega adentro, que se guarda en tu memoria para siempre.
Ocurre a veces que en ese deambular sin rumbo fijo, encuentras momentos y lugares que te alcanzan profundamente. Una reconstrucción urbana sin precedentes, moderna y funcional, bien comunicada, interesante. Admirar la cúpula del Reichstag, pasear por Tiergarten, asombrarte de la belleza de Potsdamer Platz, recorrer despacio la explosión de libertad en East Side Gallery, dejarte impregnar de la cultura creativa de Tacheles o subir a la Fernsehturm. Una vez arriba, el tiempo se detiene y recorres lentamente con la vista, buscando los mejores reflejos de una ciudad que desde las alturas ofrece un espacio despejado y mucho más respirable.
Sorprende gratamente la formación de enclaves culturales y lingüísticos en el corazón de la ciudad, lo mismo que le ha pasado a mi blogobrother por las rúas parisinas. Por supuesto, no es un fenómeno novedoso: en el pasado, las ciudades europeas crecieron en general mediante la inmigración. Con sus complejos problemas de integración, claro, pero con la firme disposición de la convivencia. Aunque todavía viven en Alemania dos sociedades separadas, mi impresión es que se pretende dar una respuesta meditada y general a la inmigración en Alemania.
Vitalidad por los cuatro costados.
Una ciudad en redefinición permanente.
Tags: vacaciones, Berlín, Alemania
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